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[ NOTA: THE VERVE ]

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De cómo Richard Ashcroft y The Verve convirtieron ocho años de reviente, batallas y caídas, en la salvación del rock & roll.

Aunque no fuera el cantante, el autor de las letras ni la cara inconfundible de la banda de rock número uno de Inglaterra, Richard Ashcroft igual sería la clase de hombre que podría partir cabezas, derretir corazones, detener el tránsito a la hora pico y hacer que se interrumpan las conversaciones en un pub lleno hasta el tope, todo sin siquiera mover una pestaña. Sus rasgos son los de una clásica estrella de rock -la sensualidad oscura y destructiva del poeta maldito; el magnetismo demacrado del guerrero exhausto; el encanto arrogante y despreocupado de los fuegos de artificio-, aunque destacados por una mirada ardiente y profunda y unas mejillas alargadas y cóncavas que parecen haber sido excavadas por una pala. Cortado como un poste de teléfono, con apenas un atisbo de caderas, el cuerpo de Ashcroft es largo y magro, puro nervio y gracia de insecto. Es el cuerpo de una asceta elegante. Y cuando camina -por la calle, por el lobby de mármol de un lujoso hotel londinense, descalzo por el living de su casa en un tranquilo suburbio al sudoeste de Londres-, Ashcroft se mueve seguro de sí, con un pavoneo resuelto que más que "Salí de mi camino" parece decir "A que no podés seguirme el ritmo".

El brillo, el andar, el talento: Ashcroft, 26 años, es el que lleva la batuta. Es, además, la vívida publicidad física del majestuoso álbum que inauguró el éxito de los Verve, Urban Hymns, y de su hit, el fulgurante "Bitter Sweet Symphony". Esto explica por qué, hace algunas semanas, cuando Ashcroft viajó al Vaticano en plan de vacaciones, acabó convirtiéndose en la atracción central de un grupo de adolescentes locos por Verve que justo andaban por ahí.

"Recibí el tratamiento completo de los paparazzi", dice Ashcroft, razonablemente irritado en la suite del hotel, mientras toma el té y comparte cigarrillos armados con el bajista Simon Jones y el baterista Peter Salisbury.

En un momento, Ashcroft y su esposa Kate Radley -tecladista de la banda británica Spiritualized- recorrieron Roma en un taxi, perseguidos por dos chicas en una scooter. "Dementes", suspira Ashcroft. "No pude estar ni quince minutos en el Vaticano. Le decía a esa gente <<¡Recorrieron medio planeta para venir a este lugar y me miran a mí! ¡Hagan algo con sus vidas! ¡Vamos, están en el Vaticano!>>". Jones confiesa que todo el desastre fue en parte culpa suya. "Yo había estado en Roma pocos días antes", explica. "Lo llamé por teléfono y le dije: <<Richard, tenés que ir a Roma, es hermosa>>. A mí no me habían molestado ni una sola vez."

"Pero yo no aparezco en la tapa de todas las revistas", agrega el bajista, levemente dolido. "Compré The Sun y ahí estaba su foto. Entonces me dije: <<Puta madre, ni siquiera pensé en eso>>."

Así van a ser las cosas por un tiempo. Originario de la pequeña ciudad de Wigan, al norte de Inglaterra, cultor del rock & roll comprometido, criado por un padrastro que se desempeñaba medio día como clérigo y por una madre que sigue trabajando como peluquera, Ashcroft es el Hombre del Momento de la Banda del Año. El título resulta más que apropiado para un joven que le dijo a su orientador vocacional del colegio que quería cantar en un grupo de rock. (El consejero le ofreció un puesto como aprendiz de bañero.) En Inglaterra, Urban Hymns, el tercer álbum de los Verve, obtuvo cinco discos de platino, vendió más de 1,9 millones de placas y engendró dos singles número uno que son una verdadera joya: la dulce y triste "The Drugs Don't Work" y la canción de amor "Lucky man". Las ventas mundiales de Urban Hymns, que salió en septiembre de 1997, ya superaron los 4 millones de discos.

En los Estados Unidos, Urban Hymns ha vendido casi 900 mil placas gracias a una corta gira realizada a fines del 97 y a la imparable difusión de "Bitter Sweet Symphony" en las radios de rock moderno. Considerando que "Lucky Man" empezó a circular como single para la radio y para MTV, y que la banda está preparando una gira por estadios para el verano (boreal) -que probablemente incluya un show en el Madison Square Garden de Nueva York-, el futuro parece anunciar múltiples discos de platino.

Pero la inmensa buena suerte de los Verve y la coronación de Ashcroft como la estrella de rock que él siempre supo que podía ser vienen madurando desde hace mucho tiempo: ocho años, para ser exactos. Años duros y bañados en drogas. Tiempos llenos de emoción y angustia. Ashcroft, Jones, Salisbury y el guitarrista Nick McCabe aún eran adolescentes -compañeros de colegio que compartían su afición por la psicodelia, por los Beatles, Funkadelic y el rock alemán de vanguardia de la década del 70- cuando debutaron en la fiesta de cumpleaños de un amigo, celebrada en un pub de Wigan, en agosto de 1991. En un año, Verve (como se denominaban hasta que el sello discográgico norteamericano del mismo nombre insistió en que se llamaran The Verve) firmó contrato con Hut Recordings, una subsidiaria del sello Virgin en Gran Bretaña.

El éxito no llegó enseguida. Los primeros singles, con largas zapadas como "She's a Superstar", "Feel" y "Gravity Grave", eran un suicidio como hits radiales: cada tema duraba como ocho o diez minutos. El director de Hut Recordings, Dave Boyd, recuerda la última sesión de mezcla de "Gravity Grave", en 1992: "Me acerqué y les dije: <<Miren, están haciendo una música que está por lo menos seis meses adelantada respecto del montón. No creo que la gente la llegue a captar en este momento.>> Yo no sabía que aún iban a hacer falta cuatro o cinco años más."

Esos años por poco significaron la separación de los Verve. La manía contenida de los dos primeros álbumes - A Storm in Heaven, de 1993, y A Northern Soul, de 1995- se descontroló totalmente. En el Lollapalooza 94, donde The Verve actuó en un escenario secundario, Salisbury fue arrestado por destrozar una habitación de hotel y Ashcroft fue internado por una severa deshidratación. Las sesiones de grabación de A Northern Soul - alimentadas por la ingestión masiva de éxtasis- resultaron una combinación pesadillesca de intensidad creativa y desavenencias personales. Tres meses después de la salida del disco, Ashcroft dejó la banda.

Apenas unas semanas más tarde, volvió a los ensayos con Jones, Salisbury y el guitarrista y tecladista Simon Tong, otro ex compañero de colegio de Wigan. Pero aún faltaría más de un año, y la reconciliación de Ashcroft y McCabe, para terminar Urban Hymns y para que los Verve -ahora un quinteto con la incorporación de Tong- se recuperasen de su agonía y alcanzaran su merecida recompensa.

"La gente dice que nosotros siempre tomamos el camino difícil", comenta Salisbury, 26 años. "Dicen que la tenemos que hacer complicada para que las cosas nos salgan bien. Pero no sabemos por qué es así. No hay explicación."

En realidad, The Verve es una banda tan golpeada por su pasado que a sus integrantes no les gusta mucho hablar de eso. McCabe ("nuestro guitarrista de genio tranquilo", como lo apoda Jones) no quiso ser entrevistado para esta nota; tampoco Tong. Incluso Ashcroft se rehusa a hablar de la ruptura o de su renovada amistad con McCabe.

"Es un ejercicio de humanidad", dice Ashcroft acerca del éxito. "Se necesita una cabeza sensible para hacer un disco de puta madre. Enfrentémoslo: no salen muchos discos geniales de gente fría e insensible, ¿no?"

Si uno cree lo que dicen los creditos en el cuadernillo del CD de Urban Hymns, los Verve ni compusieron ni tocaron "Bitter Sweet Symphony". La composición es atribuida a Mick Jagger y Keith Richards -hay una línea que concede "Letra de Richard Ashcroft"- y la canción es "interpretada por la Andrew Oldham Orchestra". ABKCO Music, que controla los derechos de los más grandes éxitos de los Rolling Stones de los años 60, tiene el ciento por ciento de los derechos editoriales de "Bitter Sweet Symphony".

En realidad, Jagger y Richards escribieron sólo parte de ese tema. Esa parte incluye los riffs vocales y de guitarra de "The Last Time", que aparecen en un álbum de mediados de los 60 con temas de los Stones arreglados para cuerdas y engañosamente atribuido a Oldham, el antiguo manager de la banda. Ashcroft admite que hace unos años, cuando compró una copia del disco original de Oldham, supo de inmediato que el arreglo orquestado de "Last Time" podría ser "transformado en algo extravagante", según sus propias palabras. Ashcroft hizo una secuencia en loop de cuatro compases del tema, y se puso a trabajar.

Ha pagado caro su inspiración. Justo cuando "Bitter Sweet Symphony" estaba por ser lanzada como single en Inglaterra, en junio pasado, el titular de ABKCO Music, Allen Klein, rechazó el formulario para registrar la grabación. Jazz Summers, el comanager de The Verve, viajó para encontrarse con los peces gordos de Virgin Records en los Estados Unidos, en busca de ayuda. La vicedirectora de Virgin, Nancy Berry, les pasó "Bitter Sweet Symphony" a Jagger y a Richards: la grabación les gustó, según dicen, pero se negaron a involucrarse en el pleito.

Summers también le mandó un casete de "Bitter Sweet Symphony" a Oldham, quien ahora vive en Bogotá, Colombia. "Andrew me mandó una nota fabulosa", cuenta Summers. "El decía: <<¡Cana con olfato! ¡Absolutamente un robo total! Se entiende por qué (los de ABKCO) se están arremangando.>>" Klein finalmente aprobó que se registrara la grabación con lo que Summers describe, ocurrente, como un "acuerdo cincuenta-y-cincuenta: cincuenta por ciento para Keith Richards y cincuenta por ciento para Mick Jagger".

Ashcroft ha aprendido a vivir con el hecho de que "Bitter Sweet Symphony" ya no le pertenece, al menos legalmente. La llama "la mejor canción que Jagger y Richards han escrito en los últimos veinte años". Cuando se le pregunta si vio el comercial televisivo de Nike que incluye la grabación, responde fríamente que le mandaron dos videocasetes y que "no funcionatron". (Los Verve están donando las regalías de su participación en el comercial a la Cruz Roja Británica, Landmines Appeal y a Youth 2000, ina organización de caridad que ayuda a los sin-techo de Londres.) No obstante, Ashcroft habla largamente y muy entusiasmado acerca de la génesis de "Bitter Sweet Symphony", y acerca de qué quiere decir con extravagante.

"Quería algo explosivo, un sonido como de música campestre, algo así como un Ennio Norricone moderno", dice, sentado con las piernas cruzadas en el piso de su living, un ambiente escasamente amoblado. Cae sobre él la luz gris de una tarde inglesa de fines de invierno, y el cálido soul de los Staple Singers suena de fondo.

"Hay tres o cuatro voces grabadas ahí", agrega. "Es como una versión de un disco de los Temptations, algo doo wop, salvo que yo soy los cuatro tipos en uno: el que lleva el ritmo abajo, y también las voces de sexo y violencia. Eso se oye mucho en Urban Hymns: dos, tres, cuatro voces sobregrabadas."

"Sampleamos cuatro compases", dice acerca del riff del disco de Oldham. "Eso ocupaba una pista. Además de eso, agregamos cuarenta y siete pistas de música. Le pusimos nuestras propias cuerdas, nuestra propia percusión. Guitarras. Usamos sólo cuatro compases para hacer <<Bitter Sweet Symphony>> y ellos siguen sosteniendo que es la misma canción.

"Lo que hicimos va más allá del hip-hop. En el hip-hop, la tendencia es dejar a la vista lo sampleado, como gancho para vender más discos. Eso es hip-hop de la vieja escuela: tomar un sonido, darle una vuelta y deformarlo hasta lograr algo distinto. Tomalo y usá tu imaginación."

Imaginación era todo lo que los Verve tenían para salir a escena en 1990 y 1991, antes de que empezaran a hacer discos. Tocaban desde que se ponía el sol hasta el amanecer sólo para entretenerse y divertirse en los Spash Studios de Wigan, una pequeña sala de ensayo que olía a humedad. "Había cortinas negras en las cuatro paredes, un cielo raso bajo de poliestireno estilo años 70, una alfombra húmeda y raída", recuerda Jones, 25 años. Los miembros de la banda pagaban el alquiler de esa sala con parte de sus seguros de desempleo. "Era de terror, nos congelábamos. Probamos llevando estufas, pero la cosa no mejoraba mucho."

"Lo que hacíamos era agarrar nuestros instrumentos", dice, "y, sin decir ni una palabra, tocar lo que fuera. Improvisábamos. Nunca nos sentamos y dijimos <<Queremos ser una cruza entre los Beatles y tal cosa o tal otra>>. Nunca hicimos covers. Sólo tocábamos lo que surgía."

Ashcroft describe esas sesiones amateurs como "nuestra etapa Hamburgo", en alusión a los tiempos en que los Beatles forjaban su estilo en los sótanos alemanes. "Zapábamos con intensidad", declara, "éramos nuestros propios DJ con nuestros instrumentos". Pero aun en sus comienzos, los Verve poseían una férrea confianza en sí mismos. Uno de los seis temas de su primer demo se llamaba "Verve is Rising" (Verve está en ascenso). En McCabe, la banda tenía a alguien que podía hacer que seis cuerdas sonaran como cinco guitarristas tocando al mismo tiempo, alguien que podía generar una atmósfera densa, llena de torbellinos y latigazos de distorsión y reverb. Ashcroft -que abandonó sus estudios universitarios de filosofía y religión para dedicarse por completo a la música, y que luego convenció a los otros de que también dejaran sus trabajos y la universidad- aportó la seguridad de una estrella de rock y una teatralización escénica bastante suicida.

En el debut de la banda, una actuación en Londres para Virgin Records en julio de 1992, "daba la impresión de que uno estaba viendo a U2 en una etapa muy temprana, como su segunda o tercera presentación". Dice Dave Boyd, ejecutivo de Hut. "Había unas veinte personas, cinco o seis de Virgin y el resto jugadores que habían ido a tomar algo." Frente a nadie, Richard se trepó a los parlantes de retorno.

"Estaba loco." Boyd recuerda entusiasmado las tempranas travesuras de Ashcroft en el escenario. "La mitad del tiempo cantaba pegado al micrófono, la otra mitad se alejaba un metro y gritaba. Hizo que el techo se viniera abajo en una disco de Nueva York. Le costaba hacer videos y apariciones en televisión. Si no era en vivo, le resultaba muy duro de sobrellevar."

"Esta es la pura verdad", afirma Boyd. "Si Richard no estuviera haciendo esto, no sé qué podría estar haciendo. Es para esto que lo pusieron en esta tierra. Y él lo comprende perfectamente."

Cuando era chico y vivía en Billinge, un suburbio de Wigan, Richard Ashcroft, el mayor de tres hermanos, no podía comprarse muchos discos. Su padre, que murió por una embolia cerebral cuando Richard tenía 11 años, solía estar sin trabajo. Su madre, que después se volvió a casar, luchaba por mantener a la familia con sus ingresos como peluquera. Entonces, Ashcroft grababa canciones de la radio.

"Yo sabía cuándo iban a pasar una canción por la radio", sostiene. "Tenía el grabador preparado. Tal vez no fuera un tema que circulaba en ese momento. Podía ser una canción de hacía cinco años. Pero yo parecía tener el don de encontrarla en seguida cuando la pasaban en la radio."

"Visualización", llama Ashcroft a ese don. "Ser capaz de construir el futuro, de tener algún influjo sobre el futuro." Visualización es un término que tomó del marido de su madre, ex miembro de una antigua orden secular de metafísicos y místicos conocida como los rosacruces. Cuando Ashcroft era adolescente, su padrastro solía realizar lo que el músico describe como "experimentos con su mente, experimentos de curación". Todavía recuperándose de la muerte de su padre y sin rumbo luego de haber abandonado su aspiración juvenil de ser futbolista profesional, Ashcroft participó con avidez en esas experiencias.

"A la gente le cuesta entender cosas así. Dudan de todo eso y te llaman lunático", admite con un resoplo desdeñoso. De hecho, durante un tiempo, la prensa especializada inglesa se refirió a Ashcroft con el mote de Mad Richard (El Loco Richard).

"Hablaba de su padrastro", comenta Simon Jones, "y le partía la cabeza a la gente. Creo que su frase más provocadora era cuando advertía: <<Si quisiera, si pusiera toda la mente en eso, la gente podría volar>>. Lo que estaba diciendo era, básicamente, que podés hacer todo aquello en lo que creés".

"La gente tiene miedo de usar la palabra espiritual", asevera Ashcroft. "Creo firmemente que las canciones vienen de una fuente inagotable. Tenés que estar en cierto estado mental para captarlas. No sabés por qué estás en ese estado mental. A veces puede ser un estado mental peligroso. Pero sé de dónde viene mi influencia." Ashcroft se ríe, después imita un acento cockney de filósofo de bar: "Viene de la mente universal, hermano".

Nacido en Liverpool, Jones tenía 13 años cuando se mudó a Wigan y entró en la Upholland Comprehensive Shcool, donde también estudiaban Ashcroft, Salisbury y Tong. "No se comía ninguna de los profesores", dice Jones de Ashcroft, sonriendo. "Siempre les rompía el corazón a las chicas. Siempre fue bueno para el fútbol, y un poco presumido, para decir la verdad. Y él lo admite."

Cuando la madre y el padrastro de Ashcroft abandonaron Wigan y se instalaron en Cotswolds, Ashcroft, que todavía estaba en el colegio, se quedó viviendo en casas de amigos. Vivió en la casa de Jones un año, cuando los dos iban al Winstanley College.

La decisión de Nick McCabe de no hablar para esta nota ("No habla para nadie: no es nada personal", dice Jazz Summers) nos deja la impresión de que se trata de un guitarrista brillante con una personalidad frágil y solitaria. Desde que volvió a unirse a The Verve, a principios de 1997, McCabe se ha mantenido al margen de la industria de la música. Nacido en St. Helen's, cerca de Wigan, un año adelantado a Ashcroft y Jones en la universidad de Winstanley, McCabe, 26 años, no ha concedido entrevistas a la prensa desde hace casi un año. "Si a Richard no le gusta el negocio", observa Dave Boyd, "Nick definitivamente lo detesta".

Respecto de la fragilidad, "Nick está mucho más feliz y más seguro de sí que antes", insiste Jones. "En el pasado, a Nick le costaba aceptar que tenía que salir al escenario y enfrentar a la gente. Es tímido en serio y siempre se ha considerado una mierda. Por más que le dijeras que estaba haciendo algo genial -<<La puta, ésa es la mejor interpretación en guitarra que oí en mi vida>>-, él pensaba que lo estabas cargando."

Las tumultuosas sesiones de grabación de A Northern Soul perjudicaron a la banda, pero particularmente a McCabe. Casi aislados en Gales, tomando demasiado éxtasis, los Verve trabajaron al lado del productor de Oasis, Owen Morris, personaje exuberante que, según cuenta la leyenda, destrozó una ventana del estudio para celebrar que el grupo había terminado de grabar la maravillosa balada "History".

"Nick es un tipo muy tranquilo, muy personal", dice Boyd. "Parte de su exuberancia fue mal interpretada como una actitud canchera, cosa que a él no le gusta. La mentalidad y la actitud típica del norte de Inglaterra: usa pelo corto y camisas formales, y puede salir el sábado a la noche y ponerse completamente en pedo, o meterse en alguna pelea. Cuando eso se le volvió a aparecer como un fantasma, Nick retrocedió."

Fue Ashcroft, que también se sentía exhausto y frustrado, quien deshizo el grupo después de una aparición en un festival importante realizado en Escocia, en agosto del 95. "Pero si se hubiera ido cualquier otro miembro de la banda, habría pasado lo mismo", sostiene Boyd. "Si sacás a un miembro de la banda, ya no son más los Verve."

Eso también fue obvio para Ashcroft, porque cuando volvió a trabajar, en la ciudad de Bath, lo hizo con la colaboración de Jones, Salisbury y Tong. Ashcroft tenía una serie de canciones nuevas excelentes, entre ellas "The Drugs Don't Work" y "Sonet". Tocó estos dos temas en una sorpresiva presentación como solista en Nueva York, como telonero de Oasis, en marzo de 1996. (La asociación fraternal con Oasis se remonta al año 93, cuando la banda de los hermanos Gallagher fue contratada, sobre la base de un demo, como telonera de los Verve en una gira por el Reino Unido.) Pero cuando en septiembre del 96 comenzaron las sesiones para Urban Hymns con el productor Youth, Ashcroft todavía no sabía si estaba haciendo un álbum solista o un nuevo disco de Verve.

"Yo seguía llamándolo Verve", dice Youth. "Eso era lo que anotaba en la planilla del estudio. Pero a Richard le afectaba más la ruptura. El prefería recordar a la banda como era antes de la separación."

"Con Nick no se trataba sólo de música", acota. "Nick fue un referente para Richard, su complemento ideal. Era el alter ego de Richard, en muchos sentidos. Y Richard realmente necesitaba algo así."

Durante el receso de Navidad, Ashcroft finalmente llamó a McCabe a Wigan. Cuando McCabe se unió a las sesiones de grabación en Londres, registró sus fascinantes partes de guitarra de "Sonnet" y "The Drugs Don't Work" en la primera toma. "Nick y yo somos más parecidos de lo que cualquiera supondría", sostiene Ashcroft. Eso es todo cuanto va a decir sobre McCabe, por respeto y amistad.

Para Jones, se ha inflado la ruptura de los Verve en forma desproporcionada. "Es parte del crecimiento", insiste. "Fíjense que nosotros pasamos de ser adolescentes a ser adultos dentro de una banda. Miren por lo que pasaron los de Fleetwood Mac. Cogían entre ellos, tomaban merca, hacían de todo. Todo lo que hicimos nosotros fue tener un problema de comunicación. Y pará de contar."

Pregúntenle a Ashcroft sobre el éxito en los Estdos Unidos y qué se requiere para conseguirlo, y les responderá con una exclamación audaz y provocadora del tipo "Perdimos un montón de tiempo ahí". En realidad, lo que quiere decir es que los Verve -que tocaron en Nueva York en 1992, antes de haber llegado a sacar un disco, e hicieron una extensa gira por todos los Estados Unidos durante el 93 y el 94, para apoyar el lanzamiento de A Storm in Heaven- perdieron mucho tiempo en territorio norteamericano haciendo boludeces.

Hubo días memorables -cuando tocaban "Gravity Grave" en la caja de una camioneta en Times Square, en el 92- y actuaciones imperdibles, como la noche de julio de 1993, cuando llovieron pedazos de mampostería sobre la banda y el público en la Sinagoga Anshe Slonim, un templo deteriorado y convertido en centro cultural en el Lower East Side de Nueva York.

El recuerdo más entrañable que Ashcroft conserva del Lollapalooza 94 es haber jugado al fútbol con un grupo de monjes tibetanos. También recuerda que tocaban en el escenario secundario de Lollapalooza todos los días a las dos de la tarde, con un calor agobiante, para multitudes desalentadoras por lo pequeñas. Y todo lo que desprecia del negocio discográfico se resume en la frase "Panchos con CEMA". Ocurre que durante una escala en Houston, en la gira del año 93, los Verve fueron contratados para una recepción de CEMA, la empresa distribuidora de Virgin. "Dios bendiga a toda esa gente, quienquiera que sea", dice Ashcroft, negando toda malicia personal. "Salí al escenario y enfrente tenía cinco mujeres que llevaban colgadas unas tarjetitas con sus nombres, comían panchos y articulaban las letras de las canciones, aunque un poco fuera de tiempo y completamente mal. Yo pensé:<<¿Qué carajo está pasando acá?>>"

Eso suena a clásico colonialismo del rock británico, pero no lo es. Ashcroft es un bicho raro en el pop inglés, un bocón con un gran corazón que lo respalda, un creyente del rock & roll que siente que la guerra contra las convenciones y los clisés nunca se terminó, nunca fue ganada. Lamenta que un mero título de canción como "The Drugs Don't Work" (Las drogas no sirven) pudiera atemorizar a los programadores del Top 40 de los Estados Unidos. (Atención, gente de radio: la palabra clave del título es no.) Lo pone violento lo que él llama "el test de ADN" de las radios que emiten música popular. "Cada single que pasan tiene un determinado ADN, y si tu single es demasiado largo son capaces de cortarle una parte", protesta Ashcroft. "Lo pueden adulterar."

"Este asunto me hace echar humo", dice levantando temperatura y el volumen de su voz. "La gente me dice <<Calmate>>. Pero yo pienso: <<Perdimos el puto poder. ¡Ustedes no entienden!>>"

Pero Ashcroft está dispuesto a pelearla. Y si bien puede mostrarse reticente a repetir las mismas cosas, a exponer las tensiones privadas que están por detrás de los problemas públicos de The Verve, es fundamentalmente porque no cree que su banda haya pasado por nada fuera de lo común.

"Al final del día, todas las grandes bandas tienen problemas", dice Ashcroft, riéndose y mostrando una sonrisa radiante, la sonrisa de una victoria esforzada. "Las bandas que están completamente felices, las que siempre están riéndose en la televisión, las demasiado ambiciosas y desesperadas... ésas son para preocuparse."

-David Fricke

revista Rolling Stone, Mayo 1998

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